Tengo un vecino que tiene un bar. Cada vez que me cruzo con él me recuerda que me pase, que tiene las mejores tapas de la ciudad. Me lo repite siempre, con pocas variaciones y argumentos. Yo puedo creerle o no, pero la verdad es que todavía no he pasado por su establecimiento.
Sin embargo, tengo otro vecino que muy a menudo cambia de coche. Suele tener el capó abierto mirando algo. Cuando charlamos, solemos tocar temas que me interesan: las ventajas y desventajas de los híbridos, cómo ve él la desaparición del diesel en el futuro o dónde puedo cambiar las ruedas de mi coche con una buena relación calidad/precio. No sabía en qué trabajaba, sin embargo, tenía claro que en tema de coches era una de las personas de mi entorno que más entendía y al que podía pedirle consejo.
Casualmente, en una reunión de vecinos me enteré, por el que tiene un bar, que este segundo vecino tiene un concesionario de coches y un taller. Desde entonces, decidí llevar mi coche a su taller. No solo me hace un buen precio, sino que también me ha dado consejos muy útiles para alargar la vida de mi vehículo.
Llegados a este punto, el lector seguramente se estará preguntando ¿esto de que va?¿qué tiene que ver con una empresa de comunicación? Lo explicaré. El otro día en un momento de relajación pensé en ello y me di cuanta que era un ejemplo vivo y muy gráfico de qué diferencia hay entre un marketing tradicional y un marketing de contenidos.
Mi vecino el del bar usaba el marketing tradicional. Me recordaba su marca y me contaba, según él, las ventajas de su establecimiento. Esa información podía o no ser útil para mi, ya que me la daba tanto cuando volvía a casa (cuando no iba a ir a un bar), como en cualquier otra ocasión. Llegaba a ser poco variada y poco seductora una vez repetida varias veces. Básicamente era como un anuncio clásico, al final lo obvias si no eres su target.
El segundo vecino era puramente marketing de contenidos. En nuestras charlas yo obtenía de él información valiosa y relevante. Me generaba confianza, autoridad y credibilidad en la materia. Era una comunicación en la que no me vendía nada, pero conseguía mi lealtad para un futuro. Cuando esa lealtad, construida desde su credibilidad y sus contenidos, se cruzó con mi necesidad (ir a un taller), mi decisión fue fácil. En ese momento ya pudo aplicar otras técnicas de estímulo de fidelización como promociones (me hacía un buen precio) y añadir más información valiosa que me ahorraba aún mas dinero (consejos sobre el mantenimiento y la conducción). Pero todo giró siempre alrededor del contenido.
Por eso, en un mundo en el que tenemos más opciones de elegir los canales por los que nos informamos y en el que somos más selectivos, ya que nuestro tiempo es reducido, el marketing de contenidos se está extendiendo a pasos agigantados.
Al mismo tiempo constituye una nueva área de trabajo para profesiones como la de periodista, compensando la disminución de empleo en los medios tradicionales.
Creo que al marketing de contenidos le aplica muy bien la máxima del filósofo romano Séneca que dice: “Sé útil primero a los demás, si quieres ser útil a ti mismo”